CAPÍTULO XVI
ÚLTIMAS CONSIDERACIONES
Las conclusiones a que
hemos llegado en nuestro estudio sobre la Magia Organizada en
nuestro mundo, son las mismas a las que llegaron los
verdaderos investigadores esotéricos de cualquier época
pasada. Sólo adecuando ciertas terminologías del pasado a las
utilizadas por el mundo científico de nuestros días, o al
léxico de que nos servimos en nuestros estudios ocultos
corrientes, podría obtenerse una idea muy clara de la
identidad de puntos de vista. Tomemos, por ejemplo, la idea
del “protoplasma universal” con la que los magos y alquimistas
que nos precedieron, trataban de definir el principio
fisiológico de la vida y que nosotros llamamos simplemente
“éter”, siendo el éter –en su expresión más simple y
comprensible– aquella porción de Espacio cualificada,
vitalizada y organizada por la energía procedente de no
importa que centro de creación logoico dentro del vasto
“círculo-no-se-pasa” de su sistema expresivo.
Hay que observar también la notable analogía con los
investigadores esotéricos de otras épocas, quienes sostenían
que el protoplasma universal era substancialmente denso y que
los átomos, las células y cualquier cuerpo en el espacio, no
eran sino orificios o agujeros que creaban los Logos
taladrando el protoplasma universal. Esta idea es idéntica o
cuando menos muy parecida a la expuesta en muchos tratados
esotéricos de nuestros días, cuando al hablar del proceso de
creación o de construcción de universos, afirman que “los
Logos cavan hoyos o llenan de agujeros el Éter, o Gran
Koylon”, el protoplasma universal.
Estamos también totalmente de acuerdo con las ideas expuestas
por los investigadores ocultos del pasado, en el sentido de
que el protoplasma universal, o éter, es de naturaleza eterna
y que una vez que los Logos hayan alcanzado el punto
culminante de su evolución, el universo que crearon entra
–como en el caso de todos los cuerpos carentes de vida– en una
fase natural de desintegración y que, invirtiendo el proceso
creador “vuelven a rellenar los hoyos cavados por los Logos” y
entonces el éter o el protoplasma universal, vuelve a su
primitivo estado o naturaleza virginal que es el ESPACIO puro.
Esta idea puede aplicarse enteramente al término “Gran
Pralaya”, con el cual intentamos representar nuestra
comprensión oculta del Gran Koylon, revertido a su naturaleza
virginal, o Morada de Paz de los Dioses, una idea que
aplicamos por analogía al Devachán, o Cielo, de las almas
humanas.
La idea mística de “regeneración de la substancia”, muy
utilizada por los alquimistas del pasado, que fabricaban oro
del plomo o de otros metales inferiores en la escala de los
elementos químicos, tiene el mismo significado que el que
utilizamos nosotros cuando hacemos referencia a la redención
de la materia, partiendo siempre de la base de que el proceso
de redención o de regeneración material o substancial, es un
efecto natural y espontáneo que surge de la conciencia
enaltecida o transfigurada, técnicamente descrito en términos
de AGRAVITACIÓN. Es el estado de Ser en el que el YO, sea de
un Logos o de un ser humano, ha alcanzado lo que en locución
oculta definimos bajo el nombre de LIBERACIÓN. En tal estado
de conciencia, donde, paradójicamente, la conciencia carece de
estado, se está por encima de las cualidades propias de la
substancia y hay una completa independencia del YO con
respecto a sus estructuras de manifestación, lo cual permite
–como en el caso de la muerte– que el protoplasma universal
deje de sentirse condicionado y que ascienda “a través de los
agujeros de la substancia creada anteriormente” a sus fuentes
naturales de origen. La disgregación anticipada de la
substancia material es técnicamente “regeneración o
redención”, la liberación espontánea y sin esfuerzo de la
energía coherente del protoplasma que actuaba dentro de la
misma.
A algunos les resultará algo difícil comprender la relación
que existe entre los términos supremamente místicos de
Iniciación, o Liberación espiritual, y Redención material. Sin
embargo, como podrá observarse si se analiza atentamente,
ambos aspectos son consubstanciales, pues no puede haber
liberación del Espíritu, o del principio monádico, sin que se
produzca automáticamente un proceso de regeneración de la
materia o de redención de la substancia. Este proceso de
liberación a la vez espiritual y material, es técnicamente
Magia, “el Poder –al que aludían los grandes místicos del
pasado– que hace nuevas todas las cosas”. La Magia es, por lo
tanto, el proceso insigne que sigue todo centro de conciencia
para redimir la materia de sus cuerpos de su condición
gravitatoria, y elevarla de su expresión tosca y rudimentaria
al éter más puro y radiante, al protoplasma universal. Los
fenómenos que se registran en el espacio vital del universo
por efecto de la imposición de la ley del Espíritu sobre los
aspectos materiales sujetos a gravitación, constituyen un
Cuerpo de Misterios al que sólo puede accederse mediante la
Iniciación. Y si tratamos de profundizar en el sentido íntimo
de la misma, surgirán nuevas ideas y más insólitos
conocimientos en torno al concepto místico de Redención, o de
Magia aplicada que nos permitirán comprender –utilizando
correctamente la analogía– que cualquier compuesto molecular,
célula o átomo químico por insignificante que sea, es un
microcóspico universo que se comporta idénticamente a como lo
hacen los sistemas solares y cósmicos de la más elevada
trascendencia, y contienen en sus pequeñísimos aunque
completos esquemas atómicos, unas vidas y unas conciencias
llenas de potencia creadora, cuya misión es reflejar a través
de sus minúsculos cuerpos de expresión, la ley infinita de
redención de la materia realizando con ello una función
análoga a la desarrollada en su indescriptible grandeza por
los Logos creadores de cualquier tipo de universo.
Hay así, naturalmente, un proceso de Magia organizada que
arranca fundamentalmente del Señor de un Sistema cósmico,
solar o planetario y se refleja con toda exactitud en
cualquier porción de substancia material –por ínfima que sea–
condicionada por los fuegos internos que se agitan dentro de
la misma. Podríamos decir pues que dentro de la estructura
molecular de cualquier cuerpo celeste, se está realizando
constantemente un proceso mágico de redención que va de la
simple actividad dévica, definida ocultamente como de
“substanciación del éter” a la de la redención de la
substancia, determinada por el Espíritu de vida a través de un
centro creador, un proceso ambivalente que se extiende desde
los límites fijados por la ley de Gravitación, que condensa el
karma del universo, hasta el principio de Ingravidez, mediante
el cual todo compuesto sólido o material se convierte en
substancia etérica y retorna libremente a su propia esencia de
vida, el protoplasma universal. Por lo tanto, la Magia no es
sino una expresión científica, tanto más comprensible cuanto
más elevada sea la percepción del observador, discípulo, mago
o vidente.
Así pues, la Magia fue practicada siempre y cuanto en el
pasado el vulgo designó como milagros o efectos
sobrenaturales, no era sino la aplicación consciente de
ciertos elevados conocimientos científicos, con repercusión en
los mundos invisibles, etéricos y psíquicos. La Magia tiene un
origen cósmico y se pierde por ello en la noche de los
tiempos, y desde que la humanidad inició su proceso evolutivo
en este planeta, hubo siempre hombres inteligentes, de mente
clara y perfectamente organizada que practicaron la Magia como
un sistema natural de adaptación a la vida. De ahí que la
sabiduría de los Vedas, los misterios del Cristianismo y los
Códigos inherentes a las Leyes del Manú, se expresaron siempre
en términos de Magia organizada y los portentosos poderes
psíquicos de que dispuso Moisés, el legislador judío, no eran
sino aplicaciones conscientes de los conocimientos mágicos que
había entresacado de los arcanos de la sabiduría egipcia,
persa y caldea, que fueron la cuna espiritual de los grandes
Magos y Videntes del mundo antiguo.
La Magia, una vez reconocida y desarrollada como una ley
natural de la existencia, confiere además el sagrado DON de la
Arquitectura cósmica, mediante la cual “cada cosa ocupa su
lugar” en el proceso supremamente místico de la Creación. Es
el DON de la Divinidad, como supremo ARQUITECTO del universo,
que han de adquirir los grandes Discípulos e Iniciados para
completar su perfección planetaria. Una de las maneras más
sencillas de exponer el principio de la Magia organizada,
aunque quizás la más difícil de ser realizada, es la de “saber
situarse psicológicamente en el centro de cualquier cuestión”.
Éste es el don inapreciable de la OPORTUNIDAD al que Sócrates,
el gran filósofo, definió como la más elevada forma de
inteligencia al alcance del hombre.
Cuando un hombre ha logrado adquirir el don psicológico de la
Oportunidad, encaja perfectamente entonces en el ambiente
social que le corresponde y desde donde debe desarrollar su
actividad creadora, su verdadera y correcta labor social de
engarce con los valores cósmicos. Un ejemplo de esta sabia ley
de situación cósmica lo tenemos en las Pirámides egipcias,
dentro de las cuales la geometría, la astronomía y el orden
matemático se complementan perfectamente para crear unas
ARQUITECTURAS reflejadas de lo cósmico, sólidamente
establecidas sobre los cimientos de la Magia organizada, unas
solemnes Estructuras geométricas más elocuentes de la
sabiduría divina que de gigantescas tumbas faraónicas.
Mme. BLAVATSKY, que fue una excepcional ocultista y una
portentosa Maga, atribuía a los sacerdotes egipcios, a los
astrónomos, a los arquitectos y a los matemáticos que
diseñaron las Pirámides, “ciertas sorprendentes facultades
mágicas”. Ellos conocían evidentemente la ciencia suprema de
la Invocación de las fuerzas sutiles de la Naturaleza y
controlaban perfectamente el protoplasma universal, con
sólidos conocimientos de las leyes de la proporción cósmica y
sagradas medidas áureas o solares que los grandes Devas
transmitieron en lejanas épocas a los hijos de los hombres.
Para dar fin a estas últimas consideraciones, definiremos como
Magia organizada a todo intento creador en la vida del hombre.
Ésta es una afirmación que engloba, conjunta o engarza en la
vida humana –sea cual sea su grado de evolución– a la
astronomía, la geometría y las matemáticas, que son los
poderes utilizados por el Creador, como Mago supremo del
Universo, para estructurar el magno Templo del Sistema Solar
donde “vivimos, nos movemos y tenemos el Ser”.
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