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CAPÍTULO XII
LA LUNA Y LAS ACTIVIDADES MÁGICAS PLANETARIAS
En toda obra mágica conscientemente realizada y tendiente al
bienestar humano, hay que tener en cuenta la influencia
psíquico-física de la Luna sobre los éteres planetarios que
circundan y envuelven a la tierra. La Luna y posiblemente
todos los cuerpos celestes carentes de vida, emiten unas
radiaciones nocivas que afectan directamente a los astros
alrededor de los cuales oscilan y gravitan.
Tales radiaciones son provocadas entre otras causas más
ocultas, por el proceso de descomposición o desintegración que
acompaña inexorablemente al fenómeno de la muerte, sea la de
un astro en el firmamento, de un cuerpo humano o de cualquier
cuerpo organizado en la vida de la Naturaleza.
Sin embargo, antes de proseguir con esta idea deberíamos
preguntamos quizás... ¿Por qué muere un astro, como la Luna,
por ejemplo? Utilizando la analogía con respecto al cuerpo
humano, la respuesta no podría ser otra que la de que la Vida
central que infundía su aliento vital a aquel astro lo ha
abandonado. Profundizando algo más en el concepto podríamos
decir que el cuerpo celeste que llamamos Luna murió porque el
Logos creador que lo ocupaba dejó de prestarle atención porque
no respondía ya a sus necesidades kármicas. El abandono de
este cuerpo y la consecuente búsqueda de otra morada
planetaria más amplia e incluyente, es un fenómeno cíclico que
se realiza por doquier dentro del ambiente cósmico, pero la
muerte del astro –que es su inmediata consecuencia– produce
una serie de reacciones químicas dentro del mismo de
naturaleza muy nociva, que se extienden por irradiación a su
entorno espacial. A estas radiaciones químicas, meramente
físicas habrá que añadirles también las que se producen como
resultado de la desintegración de las envolturas psíquica y
mental, pues no hay que olvidar que dentro del
“círculo-no-se-pasa” del sistema solar, todos los Logos se
manifiestan como una trinidad, utilizando substancia material
procedente de los planos físico, astral y mental del sistema.
De ahí la extrema nocividad de las radiaciones
psíquico-físicas procedentes de la Luna, habida cuenta tal
como – saben los esoteristas– que los tres cuerpos o vehículos
expresivos a través de los cuales se expresa la entidad
humana, el físico, el astral y el mental, son cuerpos lunares
y están construidos con substancia lunar procedente de la
tercera cadena planetaria de nuestro esquema terrestre y, por
tanto, se ven seria y directamente afectados por aquellas
radiaciones. Esto explica muy razonablemente el hecho de que
los Magos blancos elijan muy cuidadosamente los ciclos lunares
más beneficiosos cuando han decidido realizar alguna obra
mágica sobre los tres cuerpos inferiores del hombre, como por
ejemplo, la curación de ciertas enfermedades, la solución de
determinadas crisis emocionales o un proceso místico de
iluminación mental. El mejor de los ciclos lunares es el del
momento exacto de plenilunio, pues en el devenir del mismo la
superficie de la Luna queda totalmente iluminada por los rayos
del Sol, neutralizándose entonces por completo sus radiaciones
negativas sobre la Tierra y estimulando con energía solar la
ingente cantidad de vidas dévicas lunares que contribuyen al
proceso de desintegración del triple vehículo lunar. No es
pues sin una perfecta justificación de motivos que los
Miembros de la Gran Fraternidad y los discípulos mundiales,
utilicen el ciclo lunar de máxima emergencia para realizar
obras mágicas relacionadas con el enaltecimiento de la
conciencia de la humanidad, a través de las meditaciones
grupales y de los ceremoniales mágicos realizados en sus
respectivos Ashrams.
Ahora bien, cuando esotéricamente hablando se le aconseja al
discípulo espiritual utilizar la Ciencia del desapego con
respecto a sus vehículos de expresión en los tres mundos, está
siendo alertado sobre el peligro que supone estar expuesto a
las influencias negativas de la Luna. El término “tentación”,
tan profusamente utilizado en la tradición religiosa o
mística, puede serle esgrimido como una saludable advertencia
contra los peligros de vivir en forma descuidada, distraída o
incorrecta cuando esté empleando su triple mecanismo de
expresión, mental, astral o físico, pues es precisamente sobre
estos vehículos donde mayormente se proyecta la actividad
lunar y donde son apreciadas las dificultades de realización
de la actividad mágica.
Podríamos afirmar, pues, con toda certeza, que el karma de la
humanidad está estrechamente vinculado con el proceso de
desintegración que está realizándose en el cuerpo de la Luna,
pues en cierta manera la Luna es la productora de la
substancia con la que fue construida la Tierra, y sus grandes
Constructores, los Pitris lunares, continúan ejerciendo su
poder sobre la cadena terrestre a través de los Elementales
constructores y de los pequeños dioses lunares que crean todas
las formas físicas, astrales y mentales en la vida de la
Naturaleza. Así, el cuerpo de la Luna –considerada como Madre
de la Tierra, tal como aseguran los tratados ocultos–
continuará operando todavía durante largos ciclos sobre
nuestro planeta condicionándola mágicamente en tanto se vaya
desintegrando en el Espacio, de acuerdo con la ley solar de
Restitución de la substancia material. Por este efecto mágico
de expresión kármica, el cuerpo de la Luna sólo será disuelto
por completo al final de la séptima ronda de esta cuarta
cadena planetaria. Para entonces la tierra se habrá convertido
en un planeta sagrado, o habrá alcanzado al menos un grado de
sutilidad extraordinario que le permita al Logos planetario
acceder a la quinta Iniciación cósmica. Hablamos naturalmente
en unos términos descriptivos basados en la más pura analogía
hermética y haciendo referencia al Logos creador que ocupa la
forma planetaria de la Tierra y no a esta forma en sí como
cuerpo organizado, que nada sería sin el fuego del Espíritu
que la anima, o sea, el FOHAT cósmico que vivifica con sus
increíbles e indescriptibles radiaciones el KUNDALINI
planetario y le imprime su peculiar movimiento de rotación,
que es el símbolo de la vida en todo cuerpo celeste.
Otra de las razones esotéricas de carácter eminentemente
práctico a tener en cuenta en nuestras investigaciones
esotéricas sobre la Magia, es reconocer que la aplicación
inteligente de la ciencia del desapego en los tres mundos del
esfuerzo humano, ha de acompañar constantemente a la actividad
mágica y es el factor trascendental que ha de acelerar el
proceso de desintegración del astro lunar y debilitar
gradualmente así las nocivas radiaciones que surgen del mismo.
El proceso de desintegración de un astro muerto está regido
por las mismas leyes cíclicas que regulan la descomposición
del cuerpo humano desprovisto de su esencia vital, pero por
encima de estas leyes cíclicas que están relacionadas con el
lento proceso de destrucción de las formas, hay las leyes
superiores del Espíritu que pueden acelerar a extremos
“inauditos” el proceso de descomposición material de los
cuerpos carentes de vida. Para el cuerpo físico, el sistema de
“cremación” es el más rápido y adecuado, pero para acelerar el
proceso de desintegración del cuerpo de la Luna, se precisa
otra clase de fuego, el de la DETERMINACIÓN espiritual, o sea,
el de la utilización del fuego de la voluntad espiritual a
escala planetaria... Pero, ese tipo de fuego está solamente al
alcance de los grandes Iniciados de la Jerarquía espiritual
del planeta y a un grado menor por los discípulos espirituales
del mundo, colaborando todos ellos en las intenciones del
Logos planetario Quien, por razones obvias, está directamente
implicado en el proceso de desintegración de la Luna, la cual
forma parte inseparable de Su equipo kármico en virtud de la
estrecha vinculación existente entre la tercera cadena, lunar,
y la cuarta cadena terrestre.
Con la desintegración de nuestro satélite, con la eliminación
de este molesto acompañante en la ruta de los Cielos, se
abriría una nueva era de grandes e inexplicables conquistas
espaciales y técnicas. Al igual que sucede con los grandes
cuerpos celestes, la desintegración de la masa molecular de la
Luna podría ser acelerada si todos los hombres de la Tierra
optasen por la Ley del desapego, lo cual debilitaría la fuerza
gravitatoria de la Luna a extremos realmente insospechados.
Grandes y fecundos resultados podrían obtenerse también si los
aspirantes y los discípulos espirituales del mundo trabajasen
ardua e inteligentemente para mantener sus cuerpos lunares
bajo la supervisión solar y acelerasen el proceso espiritual
de sus vidas que lleva a la Iniciación. La iniciación produce
una actividad ígnea que consume “las escorias lunares”, unos
resultados que vienen siendo observados en el planeta a partir
de la era Atlante cuando, en virtud de ciertas disposiciones
solares, se le abrió al reino humano la posibilidad de
“acelerar” su desarrollo espiritual, mediante aquellas
técnicas de fuego que ocultamente llamamos proceso iniciático.
Para el discípulo en entrenamiento espiritual en un algún
Ashram de la Jerarquía hay la opción inevitable de dos tipos
de fuego, que puede utilizar para purificar sus cuerpos
inferiores y para lograr plena independencia de las energías
negativas procedentes de los espacios extraplanetarios:
a. El Fuego de la Determinación espiritual, que ha de
liberarle del yugo de la forma material, mediante el
sistemático control de los tres Elementales constructores de
sus cuerpos físico, astral y mental, es decir, de los pequeños
dioses lunares.
b. El Fuego de la Iniciación, que es un resultado del éxito
obtenido en el proceso anterior y que le permite introducir en
el seno de la substancia contenida en aquellos cuerpos
lunares, energías solares de alta frecuencia vibratoria, con
el consecuente resultado de aquello que en términos alquímicos
podríamos llamar “redención de la substancia” o proceso de
transmutación espiritual de la Materia.
En el primer caso, hay un movimiento acelerado de la
conciencia mediante el cual es posible introducir energía
causal dentro del contenido material vitalizado por el fuego
de KUNDALINI. La introducción del fuego solar o causal en el
interior de los cuerpos, produce una lenta aunque progresiva
dispersión de los elementos constituyentes de la substancia
material de los tres vehículos lunares a través de los cuales
se manifiesta el yo inferior, o personalidad humana, y
determina la imposición de un nuevo ritmo de más alta
frecuencia vibratoria en su contenido molecular. Hay que
recordar al respecto que los tres Señores lunares que rigen la
substancia de los cuerpos físico, astral y mental, son la
analogía en los tres mundos de expresión humana de los tres
grandes Arcángeles o Mahadevas que rigen los tres planos
inferiores del sistema solar. Veamos esta analogía.
El Logos solar impone Su
ley, Su voluntad y Su propósito a los tres grandes Arcángeles,
Quienes son los Constructores de los tres planos o de los tres
Cuerpos inferiores a través de los cuales se manifiesta en las
regiones kármicas – si podemos decirlo así– de Su Universo. El
ser humano, reflejo del Logos divino, impone su ley, su
voluntad y su propósito a los tres Elementales constructores
de sus cuerpos de expresión kármica, los cuales han de
obedecer lógicamente el ritmo que les marca el yo espiritual
morador de la forma y dependen en todo momento de la evolución
o desarrollo espiritual de este yo en encarnación física.
El primero de los grandes efectos registrados por la
imposición del ritmo de la determinación espiritual sobre el
triple vehículo, es el control de la mente, la cual se separa
o se independiza del cuerpo astral, con la consecuente
disociación de Kama Manas... La mente se separa del deseo. En
tal caso, la mente concreta, aunque todavía discursiva o
intelectual asciende a través del Antakarana, o hilo de luz
creado por la determinación espiritual del discípulo hacia las
regiones abstractas de la mente, iluminadas por la luz de la
razón pura que proyecta el plano búdico. El proceso de
ascensión de la mente concreta del discípulo hacia la mente
abstracta del Yo superior, es lógicamente lento y difícil y
abarca el largo periodo impuesto por las disciplinas del Raja
Yoga, el Yoga de la Mente. Lentamente, tramo a tramo, se va
construyendo el puente mágico de unión entre los dos aspectos
de la mente y convierte al cuerpo mental en un todo unido,
coherente y poderosamente organizado en manos del Yo superior,
del Pensador en su propio plano. En este momento sucede algo
extraordinario. La mente del discípulo, convertida en un
cuerpo perfectamente organizado y sutil, se hace potentemente
invocativa al dinamismo de la acción mágica y se abre como una
flor a las caricias del aliento monádico proyectado sobre el
plano búdico. Entra entonces en actividad el fuego de la
Intuición... El Antakarana, o “puente de arco iris” de la
conciencia, que hasta aquí había constituido el camino
iluminado de integración de la mente, desaparece objetivamente
del campo de percepción y observación del discípulo.
Aparentemente deja de existir y el alma en tal estado se
encuentra sola, envuelta en los hálitos del misterio y la
mente inmersa en un sobrecogedor vacío. Podríamos decir que es
en esta fase trascendente de la evolución humana que el alma
del discípulo se libera definitivamente del ritmo impuesto a
los cuerpos por los Señores lunares y entonces, de acuerdo con
la presión misteriosa de la acción mágica y transmutadora,
decide avanzar SOLA y sin CAMINOS por estas sendas
aparentemente sin fin, desoladas y estériles.
Este camino, vacío y sin precedente alguno en la vida del
aprendiz de Mago, que el Maestro K.H. había definido como “la
Senda de los Héroes”, surge así a la vista del discípulo y
deberá recorrerlo solo, con valor y persistencia sin esperar
nada a cambio, salvo la seguridad del deber cumplido. Los
Señores del Fuego, los grandes Devas Agnisvattas de la Mente,
cuya naturaleza es solar, le ayudan sin que él se dé cuenta en
tal intento y van iluminando su camino hasta el fin del
proceso, hasta aquel momento en que la fusión del fuego de la
razón pura que proviene del plano búdico, “transfigura su
naturaleza” y le impone el ritmo solar que ya, desde entonces,
será una constante en su vida de discípulo, un ritmo de
elevada trascendencia que no podrá ser seguido por la
totalidad de los elementos dévicos que constituyen su cuerpo
mental.
Se producirá entonces el despertar interno a la Vida divina y
se le abrirá el sendero que conduce a la Iniciación. El fuego
mágico que surge del Cetro iniciático, cuyo voltaje está
regulado para cada tipo de Iniciación, se introducirá
oportunamente vía los Chacras, en los compuestos moleculares
de los cuerpos físico, astral y mental del discípulo,
efectuando en ellos grandes transformaciones. Se produce en
cada uno de ellos el proceso alquímico de la transmutación, la
conversión en oro espiritual de las tendencias inferiores de
la personalidad, que deja de apegarse definitivamente entonces
a la ley de sus vehículos. De ahí el porqué la Magia y la
Alquimia son ciencias consubstanciales. En su armoniosa
compenetración se realiza en la vida de la naturaleza humana
el proceso místico de “redención de la substancia”.
Los devas lunares, redimidos y transfigurados a fuerza de
resistir la presión de las tremendas fuerzas solares que les
imponen los Señores de la Mente Iluminada, constituirán las
nuevas energías que desde aquellos momentos deberá utilizar el
discípulo, convertido ya en un Mago blanco, en un Iniciado de
la Gran Fraternidad Blanca.
El período que le sigue, el proceso post-iniciático –podríamos
decir– es realmente indefinible, salvo que la estatura
espiritual del observador o del investigador esotérico le
permita ascender conscientemente a los niveles búdicos, cosa
que sólo pueden hacer los grandes Iniciados. Lo único que le
es permitido al observador espiritual, dotado de clarividencia
superior pero no revestido todavía de las cualidades insignes
del Adepto, es cifrar su atención sobre el cuerpo mental del
Iniciado y ver desde allí lo que ocurre en su vehículo astral
el cual, como esotéricamente se sabe, está misteriosamente
conectado con el plano búdico. El vehículo astral aparece
límpido y transparente, sereno y armoniosamente equilibrado.
Los pequeños dioses lunares que no pudieron resistir la ígnea
presión interna fueron expulsados al producirse la disociación
de Kama Manas. Para el observador clarividente, entrenado en
este tipo de percepciones, el cuerpo astral del Discípulo
aparece ahora envuelto en un ovoide luminoso que irradia,
además de los suaves colores rosado, amarillo claro y azul
celeste de las emociones superiores, unas fulgidas
transparencias de intenso color azul índigo, que como
estallidos de luz radiante se proyectan desde el plano
monádico a través del cuerpo búdico. Parece una tónica
general, aunque trascendentemente mágica en tal estado de
evolución, que el cuerpo astral del Iniciado refleje ciertas
características monádicas, siendo el color azul índigo cada
vez más potente e irradiante el que va definiendo este cuerpo
junto con el bellísimo color amarillo claro que corresponde al
plano búdico. Al llegar a la quinta Iniciación, el color azul
índigo que expresa la suprema jerarquía del universo, pasa a
formar parte integrante del aura espiritual del Adepto, junto
con el color característico que corresponde a Su particular
Rayo monádico el cual, al igual que el de los Logos
planetarios del sistema solar, es uno de los siete subrayos
del segundo Rayo de Amor-Sabiduría que caracteriza el plano
monádico solar.
Estas ideas, como podrán Uds. observar, se apartan bastante
por su propia vastedad de las que tienen que ver únicamente
con la actividad mágica de los constructores dévicos de los
cuerpos físico, astral y mental de los seres humanos con los
cuales la humanidad en su conjunto se halla tan potentemente
vinculada, pero no podemos quedar estancados en las obras
menores de la Magia organizada planetaria, sabiendo que hay
regiones de nuestro propio ser en donde la Magia, tal como la
conocemos, es decir, como una manifestación del Propósito de
Dios en la vida de la Naturaleza, se expresa de manera
totalmente incomprensible para nosotros y donde los
Constructores de la magna estructura solar en los planos
superiores del sistema, son unos ÁNGELES cuya elevada
jerarquía y espiritual evolución escapan totalmente a la
comprensión de nuestro entendimiento humano. No obstante, y
utilizando el principio hermético de la analogía, podemos
asegurar que las reglas mágicas de construcción seguidas por
estos excelsos Devas, son idénticas a las que rigen la obra de
los pequeños constructores del más insignificante compuesto
molecular.
Dichas leyes de construcción, tanto en el macrocosmos como en
el microcosmos, siguen el principio oculto formulado en el
conocido axioma: “La Energía sigue al Pensamiento”, teniendo
en cuenta que la actividad que surge de cualquier centro de
conciencia creadora es técnicamente PENSAMIENTO o IDEAClÓN. La
energía es la VIDA de los Devas que pueblan la infinita
vastedad del Espacio. Cuando la Ideación que surge de una
definida Intención se revista de Energía, tenemos una creación
mágica en la que la luz de la Ideación ha sido sumergida
dentro de una forma de substancia, dando como resultado un
proceso –más o menos largo– de expresión de la Idea a través
de la Forma que le han dado los Devas constructores.
La ley mágica de Construcción, o de substanciación de la
Energía, sigue siempre al proceso mental de Ideación; viene a
ser como una proyección de luz que se infunde en la materia en
virtud del trabajo humilde, lento y callado, frecuentemente
ignorado aún para los investigadores del mundo oculto, de los
aparentemente insignificantes constructores dévicos, o dioses
lunares. Ellos construyen la vastedad infinita de elementos
químicos en sus variados niveles sobre los cuales se erige la
soberbia estructura del sistema solar. La verdadera obra
mágica comienza aquí, en este trabajo preliminar de los
constructores dévicos lunares, adaptados al trabajo de
construcción de formas densas. Tales devas manipulan con
maravillosa pericia la energía etérica vitalizada con el prana
solar, la substanciación con su propia vida y le imprimen el
sello de la Creación.
Un átomo físico o cualquier elemento químico, observado desde
el ángulo oculto no es más que energía etérica procedente del
cuarto subplano físico, dinamizada con energía pránica o solar
y substanciada por los constructores dévicos de la forma, de
manera tal que pueda servir de cáliz o de tabernáculo a
cualquier diminuta entidad espiritual, a una misteriosa
criatura de ascendencia monádica cuya misión es evolucionar a
través del complejo universo molecular surgido de la
interminable línea estructural de los elementos químicos. A la
totalidad de esta infinita e increíble cantidad de minúsculas
criaturas espirituales que evolucionan en el seno de la
materia o de la substancia molecular de cada plano del
sistema, se la denomina esotéricamente “corriente espiritual
de vida atómica” y su función es constituir las bases
substanciales del universo, de los planetas y de todos los
cuerpos en la vida de la Naturaleza, desde los más sutiles a
los más densos. De ahí que cuando en páginas anteriores hemos
utilizado el concepto “el Espacio es multimolecular”, teníamos
en cuenta este importantísimo detalle, habida cuenta que el
Espacio es la entidad de la que surgen y en donde evolucionan
estas incomprensibles vidas dévicas que les ofrecen moradas de
substancia a aquellas diminutas mónadas espirituales.
Tenemos consecuentemente, un proceso de evolución netamente
atómico o molecular, que corresponde a las vidas dévicas
constructoras de las formas y otro proceso de evolución
netamente espiritual que corresponde a las vidas monádicas.
Podríamos decir, volviendo a lo dicho al principio de este
capítulo, que la Luna, creadora y sustentadora de todas las
formas materiales, ofrece su copiosa experiencia material
procedente del primer sistema solar y expresada en toda su
plenitud durante la tercera cadena de nuestro esquema
planetario, para dotar de formas materiales a todas las
mónadas espirituales surgidas al calor de la experiencia
logoica en el presente sistema solar. La dualidad Sol-Luna,
Padre Espíritu y Madre Materia, persistirá todavía en nuestro
planeta hasta el final de la séptima ronda en donde las
energías etéricas utilizadas por la humanidad serán tan puras
y diáfanas que substancia lunar alguna procedente de la
tercera cadena, les será útil a los hombres de la Tierra para
seguir raudamente el curso de la evolución superior. De ahí
que los restos de la Luna, procedentes del trabajo mágico de
destrucción realizado por la humanidad, serán finalmente
dispersos y vueltos al infinito océano de materia viva del
Espacio, pero llevando allí como esperanza suprema de otras
más esplendentes construcciones el sello vivo y permanente de
REDENCIÓN que le estamparon llenos de fe y de esperanza en el
futuro los seres humanos, la Raza de los Hombres...
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2008-03-03
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