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AAB-DK: La Revelación de la "Presencia"
[Iniciación Humana y Solar]
Durante los períodos finales del cielo de
encarnaciones, donde el hombre hace malabarismos con los pares
de opuestos y que, a través de la discriminación está siendo
consciente de la realidad y de la irrealidad, surge en su
mente la comprensión de que él mismo es una Existencia
inmortal, un Dios imperecedero y una parte de lo Infinito.
Cada vez se hace más evidente el eslabón entre el hombre en el
plano físico y este Regidor interno, hasta que sobreviene la
gran revelación. Llega un momento en la existencia del hombre
en que se encara conscientemente con su yo [e100]
real, y sabe que él es ese yo en realidad y no en teoría.
Adquiere conciencia del Dios interno, no por medio del oído ni
de su atención a la voz interna que dirige y controla,
denominada la "voz de la conciencia", sino por medio de la
percepción y de la visión directa. Ahora responde no
sólo a lo que oye sino también a lo que ve.
Sabemos que los primeros sentidos que el niño
desarrolla son: el oído, el tacto y la vista. El niño percibe
el sonido y vuelve la cabeza; palpa y toca; finalmente ve
conscientemente y estos tres sentidos coordinan la
personalidad. Éstos son los tres sentidos vitales. Le siguen
el gusto y el olfato, pero no son indispensables, en la vida y
aunque carezca de ellos, el hombre no tiene ningún obstáculo
para establecer contactos en el plano físico. En la senda del
desarrollo interno o subjetivo, rige la misma secuencia.
El oído --responde a la voz de la conciencia, a
medida que guía, dirige y controla. Esto abarca el período de
la evolución estrictamente normal.
El tacto --responde al control o vibración, y
reconoce lo que está fuera de una unidad humana [i114]
separada en el plano físico. Abarca el período del gradual
desenvolvimiento espiritual, los senderos de probación y del
discipulado, hasta el portal de la iniciación. El hombre entra
periódicamente en contacto con lo que es superior a él,
adquiere conciencia del "toque" del Maestro, de las
vibraciones egoica y grupal, y por medio del sentido oculto
del tacto se familiariza con lo interno y sutil. Procura
alcanzar aquello que concierne al yo superior y al tocar las
cosas invisibles, se habitúa a ellas.
La vista --esa visión interna que se adquiere por
medio del proceso de la iniciación y que después de todo sólo
es el reconocimiento de las facultades siempre presentes
aunque desconocidas. Así como el niño nace con los ojos
perfectamente sanos y llega un día en que lo primero que se
observa es su reconocimiento consciente de lo que ve, así
también ocurre con el individuo que se está desarrollando
espiritualmente. El medio para la visión interna siempre
existió y lo que puede verse está siempre presente, pero la
mayoría de las personas no lo reconocen.
Este "reconocimiento" por el iniciado, es el primer gran
paso en la ceremonia de la iniciación y hasta no trascenderlo
se postergan las demás etapas. En cada iniciación el
reconocimiento es distinto y puede sintetizarse de la manera
siguiente:
El ego, reflejo de la mónada, es en sí una triplicidad,
como lo es todo en la naturaleza. Refleja los tres aspectos de
la divinidad, así como la mónada refleja, en un plano
superior, los tres [e101] --voluntad,
amor-sabiduría e inteligencia activa- de la Deidad. Por lo
tanto:
En la
primera iniciación,
el iniciado llega a ser consciente del tercer aspecto, o
aspecto inferior del ego, el de la inteligencia activa. Se
enfrenta con la manifestación del gran ángel solar (pitri) que
es él mismo, el auténtico yo. Entonces [i115] conoce,
sin lugar a duda, que esa manifestación de inteligencia es esa
Entidad eterna que, a través de las épocas, ha demostrado sus
poderes en el plano físico por medio de sucesivas
encarnaciones.
En la
segunda iniciación,
esta gran Presencia se ve como una dualidad, y otro aspecto
brilla ante él. Se da cuenta que esta radiante Vida
identificada consigo mismo, no sólo actúa con inteligencia,
sino que su origen es amor-sabiduría. Fusiona su conciencia
con dicha Vida y se hace uno con ella, a fin de que en el
plano físico, mediante e1 yo personal, esa Vida se vea como
amor inteligente, expresándose a sí mismo.
En la
tercera iniciación,
el ego se presenta ante el iniciado como triplicidad
perfeccionada. No sólo conoce el yo como amor inteligente
activo, sino que se revela también como voluntad o propósito
fundamental, con el cual el hombre e se identifica
inmediatamente y sabe que los tres mundos no contienen nada
para él en el futuro, sólo sirven como esfera de servicio
activo, manifestándose como amor para lograr un propósito,
oculto durante edades en el corazón del yo. Habiéndose
revelado ese propósito, puede entonces colaborar con él
inteligentemente y así
madurarlo.
Estas profundas revelaciones brillan ante el iniciado en
forma triple:
Como radiante existencia angélica, vista con el
ojo interno, con la misma exactitud y criterio, análogamente a
como un hombre enfrenta a otro. El gran ángel solar, que
constituye el hombre real y su expresión en el plano de la
mente superior, es literalmente su divino antecesor, el "Observador"
que, durante largos ciclos de encarnaciones, se ha sacrificado
para que el hombre pueda SER. [i116]
Como esfera de fuego radiante, vinculada con el
iniciado que está ante ella, por el hilo de fuego magnético
que pasa a través de todos sus cuerpos y termina en el centro
del cerebro físico. Este "hilo de plata" (como se lo llama
inexactamente en La Biblia, al describir su liberación
del cuerpo físico y la subsiguiente abstracción) emana del
centro cardíaco del Ángel solar, vinculando así corazón y
cerebro -esa gran dualidad que manifiesta amor e inteligencia
en este sistema solar. La esfera ígnea está análogamente
vinculada del mismo modo, con. muchas otras que [e102]
pertenecen al mismo grupo y rayo. Este hecho concreto
demuestra que todos somos uno en los planos superiores. Una
sola vida palpita y circula a través de todo, mediante hilos
ígneos y es parte de la revelación que el hombre recibe, ante
la "Presencia", con sus ojos ocultamente abiertos.
Como policromo Loto de nueve pétalos, que están
colocados en tres círculos alrededor de un conjunto central de
tres pétalos herméticamente cerrados, los cuales protegen lo
que en los libros orientales se denomina "la Joya en el Loto".
Este Loto es de rara belleza, palpitante de vida y radiante,
en todos los colores del arco iris; en las tres primeras
iniciaciones los tres círculos se revelan por orden
correlativo hasta que en la cuarta iniciación el iniciado se
encuentra ante una revelación mayor y conoce el secreto de lo
que encierra el capullo central. A este respecto, la tercera
iniciación difiere algo de las otras, pues por el poder de un
Hierofante aún más excelso que el Bodhisattva, se conoce por
primera vez el fuego eléctrico del espíritu puro, latente en
el corazón del Loto.
Las palabras "ángel solar", "esfera de fuego" y "loto",
ocultan un aspecto del misterio central de la vida humana,
pero sólo será evidente para quienes tienen ojos para ver. La
significación mística de estas frases gráficas constituirá una
celada o motivo de incredulidad para el hombre que [i117]
intente materializarlas en forma indebida. En estos
términos se oculta la idea de una existencia inmortal, de una
Entidad divina, de un gran centro de energía ígnea y del pleno
florecimiento de la evolución, y así deben ser considerados.
En la
cuarta iniciación,
el iniciado comparece ante la Presencia de ese aspecto de Sí
mismo denominado "Su Padre en los Cielos". Se lo enfrenta con
su propia mónada, esa esencia espiritual pura, existente en el
plano más elevado, excepto uno, que es para su ego o yo
superior, lo que ese ego es para la personalidad o yo
inferior.
La mónada se manifiesta en el plano mental en forma
triple, por medio del ego; pero todavía faltan todos los
aspectos de la mente, tal como la comprendemos. El ángel solar
con quien estaba en contacto, se retira; la forma mediante la
cual actuaba (el cuerpo egoico o causal) desaparece y sólo
queda el amor-sabiduría y esa voluntad dinámica que es la
característica principal del espíritu. El yo inferior sirvió
para los propósitos del ego y fue descartado; de igual modo el
ego sirvió a los designios de la mónada y ya no hace falta; el
iniciado se ve libre de ambos, plenamente liberado y es capaz
de entrar en contacto con la mónada, así como anteriormente
aprendió a entrar en contacto con el ego. Para las restantes
manifestaciones en los tres mundos, [e103] está regido
sólo por la voluntad y el propósito autoiniciados y crea su
cuerpo de manifestación, controlando (dentro de las
limitaciones kármicas) sus propios períodos y ciclos. El karma
que aquí se menciona es el planetario, no el personal. En la
cuarta iniciación entra en contacto con el aspecto amor de la
mónada y, en la quinta, con el aspecto voluntad, así completa
sus contactos, responde a todas las vibraciones necesarias y
es el amo de los cinco planos de la evolución humana.
Además, en las iniciaciones tercera, cuarta y
quinta, se
hace consciente de esa "Presencia" que encierra en sí esa
entidad espiritual, su propia mónada, [i118] y la ve
como una con el Logos planetario. A través del canal de su
propia mónada ve los mismos aspectos (que esa mónada
personifica) en escala más amplia, revelándolo así al Logos
planetario, el cual anima a todas las mónadas de Su rayo. Esta
verdad es casi imposible de expresar en palabras y concierne a
la relación que tiene el
punto eléctrico de fuego,
la
mónada, con
la
estrella de cinco puntas,
que revela al iniciado la
Presencia del Logos planetario.
Esto es prácticamente incomprensible para el hombre común,
aunque este libro fue escrito para él.
En la
sexta iniciación,
el iniciado actúa conscientemente como aspecto amor de la
mónada, y es llevado (por medio de su "Padre") a un
reconocimiento más vasto; llega a ser consciente de esa
Estrella que encierra a su estrella planetaria, así como ésta
incluyó antes a su propia y diminuta "chispa". De este modo se
pone en contacto consciente con el Logos solar y llega a
conocer dentro de sí mismo, la Unicidad de toda vida y
manifestación.
Este reconocimiento se expande en la
séptima iniciación,
a fin de que dos aspectos de la Vida una lleguen a ser
realidades para el emancipado Buda.
En forma gradual el iniciado llega frente a la Verdad y a
la Existencia. Será evidente para los estudiantes reflexivos,
que la revelación de la Presencia tiene que preceder a las
demás revelaciones. Esto introduce en la mente del iniciado
los conocimientos fundamentales siguientes:
Se justifica la fe que ha sustentado durante épocas y la
esperanza y la creencia se fusionan en un hecho autocomprobado.
La fe se pierde de vista y las cosas invisibles son vistas y
conocidas, Ya no duda, y por su propio esfuerzo el iniciado se
convierte en conocedor.
La unicidad con sus hermanos queda comprobada, y reconoce
el lazo indisoluble que en todas partes lo vincula a sus
semejantes. La hermandad ya no es una teoría, sino un hecho
[i119] científicamente [e104] comprobado, del cual
no puede dudarse, como tampoco de la separatividad de los
hombres en el plano físico.
La inmortalidad del alma y la realidad de los mundos
invisibles quedan para él comprobados y establecidos; antes de
la iniciación esta creencia estaba basada en una breve y fugaz
visión y en firmes convicciones internas (resultado del
razonamiento lógico y de la intuición, en gradual desarrollo),
ahora se basa en la percepción y en el reconocimiento de su
propia naturaleza inmortal, fuera de toda controversia.
Comprende el significado y la fuente de energía y puede
empezar a manejar el poder con precisión y dirección
científicas. Sabe de donde extrae la energía, pues ha tenido
una vislumbre de los recursos disponibles de la energía. Antes
sabía que existía y la utilizaba ciegamente y a veces en forma
imprudente, ahora, dirigido por la "mente abierta", la percibe
y puede colaborar inteligentemente con las fuerzas de la
naturaleza.
La revelación de la Presencia produce de muchas maneras
resultados definidos en el iniciado, y la Jerarquía considera
que éste es un preámbulo necesario para ulteriores
revelaciones.
[
VBA: Los Misterios de
Shamballa
]
2006-09-28
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