Testimonio a Isabelita
Isabel Freire de Matos (1915@2005)
A través de nuestro devenir por esta existencia cósmica muchas personas, y múltiples experiencias, contribuyen a forjar nuestra personalidad, nuestro temple y nuestro carácter. Algunas pasan desapercibidas, a otras las recordamos de manera pasajera. Pero, hay quienes dejan una huella permanente e imborrable en nuestro ser. Ese fue el caso de Isabelita, mi maestra de Kinder, primer grado e influencia viva a partir de la escuela elemental . . .
Al leer la nota electrónica que remitiera Carmen Vázquez notificando su deceso comprendí que era una obligación patriótica ineludible el cumplir con la encomienda de preparar uno de los testimonios solicitados porque, ciertamente, soy ejemplo vivo de, y cito: aquellos para quienes Isabelita significó una niñez feliz en la escuela y les comunicó el amor por el saber.
Participé de la experiencia privilegiada de estudiar en el Colegio Eugenio María de Hostos desde su fundación. Ese primer grupo éramos un puñado de personitas, quienes desde la tierna edad de los 4 años, participamos de una experiencia educativa única: diferente, retante y comprometida con la formación de valores. Ello se dio gracias a la visión y compromiso que tenían nuestros padres con la educación integral de sus hijos; y, a la misión que, como timonel, decidió asumir Isabelita.
Todavía recuerdo con ilusión el trayecto mañanero que recorría con mi mamá para desde la Avenida González en Río Piedras, cruzando las vías del tren y paseando por la alfombrada calle Robles, eventualmente llegar a la escuelita. Con cuánta alegría me levantaba temprano para poder compartir con mis compañeritos las aventuras que Isabelita nos preparaba.
Vale rememorar que estábamos en la difícil era de los años cincuenta (1956), y los nacionalistas, al igual que los independentistas, estaban siendo brutal e injustamente perseguidos, tanto por el gobierno de los Estados Unidos, como por el gobernante de turno en Puerto Rico. Su amado Paco (el poeta laureado Francisco Matos Paoli) había estado preso e Isabelita había sido despedida, por lo cual concibe la fundación de la escuelita como el medio para concretar su visión educativa: la formación integral del niño siguiendo, entre otras, las enseñazas del prócer Eugenio María de Hostos, mientras consigue su subsistencia económica. En el Programa de graduación del primer grado Isabelita escribió:
“La creación de la escuela Eugenio María de Hostos responde más a un ideal que a un objetivo económico. Habiendo trabajado en distintas actividades relacionadas con la educación (maestra, supervisora de escuelas maternales, miembro de la División de Currículo del Departamento de Instrucción y editora de un periódico para niños) fue creciendo en mí un ideal de escuela con el niño como centro de máximo interés pedagógico. En esta escuela cuyo fundamento principal es la experiencia que se deriva del niño, es el maestro un animador constante de sus posibilidades. Al crear un ambiente que fomenta el cultivo integral del niño, se logra la armonía plena entre el mundo exterior y el alma infantil.” (Mayo, 1958)
En ese mismo Programa de graduación la Dra. Margot Arce de Vázquez, madre de Consuelito, uno de esos compañeros con quien todavía comparto experiencias, escribió:
“…Juntos los padres y los maestros están obligados a acercarse lo más posible a la realización de la escuela ideal y a que la educación de sus hijos sea una verdadera formación intelectual y moral. Algunos padres cifran su ideal en que su niño sea el primero de la clase o en que aprenda buen inglés, y eso les basta, eso es todo lo que piden de la escuela y de sí mismo. Pero la educación no es eso; la educación consiste en preparar al hombre para que busque la verdad, el bien, el amor y la libertad como los bienes últimos, los de validez permanente. Ese ideal sólo se consigue con una disciplina justa y armoniosa del cuerpo, del espíritu y de la razón del hombre. Me atrevo a decir que sin esfuerzo combinado y bien orientado de padres y maestros ni la escuela ni el hogar podrán cumplir a la perfección la tarea de preparar al niño para confrontarse sabiamente con la realidad, para tener una concepción clara del sentido de su persona y de su vida. La mejor escuela será aquella que cuente con la colaboración inteligente y generosa de unos padres deseosos de cumplir con su deber del modo más fiel y perfecto. (Mayo 1958)
Para esos padres, que determinaron respaldar a Isabelita en su proyecto educativo de 1956, la decisión debe haber sido un acto de fe y esperanza para el cual no había certeza alguna de éxito. No obstante los cuestionamientos que pudieron haber confrontado, el tiempo les dio la razón. Puedo estar viciada, pero, desde mi perspectiva el experimento sí consiguó sus objetivos al transformar en menor o mayor medida a todos y cada uno de quienes estudiamos en el Colegio Hostos.
De ese puñado original de niños felices y normales, que probablemente prefería el juego al estudio, Isabelita con su visión, dedicación, compromiso, generosidad y entrega, logró sentar en nosotros la base para una formación integral del cuerpo, el alma y el intelecto; todo ello sobre la premisa de los valores universales que defendía Eugenio María de Hostos. Pero más aún, consiguió cimentar en nosotros la continua inquietud intelectual por buscar, descubrir, cuestionar y aprender.
En sus inicios, el Colegio Hostos de Isabelita Freire era una escuelita pequeña en tamaño, pero grande en actividades e ilusiones. Una escuelita con muchas limitaciones y estrecheces económicas, pero con una riqueza en imaginación, con recursos humanos especiales y talentosos: educadores con un cúmulo inagotable de ideas que compartir y con el tiempo para cultivar en nosotros todas esas dimensiones que Isabelita consideraba definen la persona integral:
o los idiomas (Primero había que dominar el vernáculo y luego otros idiomas, como por ejemplo el francés, que lo comenzamos a estudiar en segundo grado.),
o la historia (Viajábamos continuamente por el globo terráqueo visitando diversos países y vestíamos sus ropas, comíamos sus comidas y cantábamos sus canciones. Todavía conservo el libro de Egipto que adquirí en quinto o sexto grado y de cuya lectura derivé el interés por las pirámides de Egipto.),
o las ciencias naturales y sociales, y la comunión con la naturaleza (Siempre había pájaros, tortuguitas, y otros animalitos con los que compartíamos; sembrábamos semillitas para ver crecer el árbol, visitábamos el Jardín Botánico y los parques, volábamos en cohetes hacia el espacio para observar los planetas y las constelaciones.),
o las artes (Tuvimos de maestra de música a María Luisa Muñoz, de pintura a Arana y de danza a Alma Concepción, entre otros. Además, la gran mayoría de nuestras actividades de aprendizaje estaban acompañadas, animadas, ilustradas o representadas mediante la poesía, el drama y otras expresiones artísticas variadas.),
o el deporte (Los juegos de niños como peregrina, tira y tápate, los volantines o cometas, y otros tan nuestros, eran las delicias del recreo.),
o el amor por la lectura (Las poesías y cuentos que Isabelita nos escribía en los primeros años, los que creábamos bajo su tutela y publicaba en el Farolito, y luego los clásicos, conviertiéron los libros en una aventura contínua. Esas aventuras eran complementadas por las visitas a las ferias de libros en y fuera del Colegio o bibliotecas. )
o la auto disciplina, el trabajo en equipo, el compañerismo, el servicio a otros y el civismo, eran cualidades que formaban parte de nuestras evaluaciones y auto evaluaciones periódicas,
o la pasión por aprender continuamente mediante la lectura, la observación, el inquirir o cuestionar, el experimentar y el compartir,
o pero, por sobre todo el amor a la Patria.
Para Isabelita cada uno de nosotros era una persona pequeña en edad, pero grande en capacidades por desarrollar. Siempre nos trató como adultos enanos, cada uno especial en su dimensión particular, cuya opinión era importante escuchar e integrar a las actividades diarias. Aprender era un juego y un reto individual porque queríamos crecer y conocer. Queríamos llegar a ser grandes como Isabelita, esa mujer pequeña en estatura física, pero gigante en estatura cósmica.
Recuerdo la última vez que le visité en su casa el año pasado que la encontré diminuta (yo apenas mido 61 pulgadas de estatura). Pensé: los años me la encogieron. Luego comprendí que aún la recordaba sobre la base proporcional de una niña de 4 ó 5 años. Más sin embargo, cuán reconfortante fue el ver que su aúrea seguía siendo inmensa. Se acordó de todos, nos colmó de anécdotas e historias, nos mostró biografías de hombres y mujeres ilustres que escribía para un libro que interesaba publicar, y nos regaló afiches y copias de su libro: Eugenio María de Hostos para la juventud. Definitivamente volví a convertirme en la misma Carmencita que a los 4 años llegaba a la escuelita a dejar volar la imaginación y a viajar a mundos y experiencias cautivadoras que sólo podíamos visitar cuando estábamos con Isabelita.
Ahí continuamos en el Colegio Hostos, crisol de la enseñaza primaria, guiados por Isabelita, motivados por nuestros maestros, viviendo y compartiendo las experiencias que abrirían para nosotros las nuevas avenidas que todo adulto enano debe explorar y debe disfrutar felizmente antes de llegar a la adolescencia. Esa base formativa y valorativa ha encausado nuestra perenne búsqueda del saber y ha matizado nuestro ineludible compromiso nacional.
Considero que ese encuentro entre los años 1956 al 1963 con el proyecto educativo de Isabelita, en mi caso cumplió, sus objetivos: sigo siendo esa niña feliz que disfruta la lectura e intenta convertir las experiencias de vida en un juego retante del cual siempre podemos aprender algo nuevo. Además, al igual que para muchos de mis compañeros adultos enanos, la formación recibida me preparó para estudiar en las mejores escuelas y universidades de Puerto Rico y Estados Unidos, y para completar carreras en las ciencias naturales y en las ciencias sociales, en ramas tan diversas como: matemáticas, estadísticas, administración de empresas, leyes y ciencias de la computación (informática). Pero, sobre todo matizó, con los postulados Hostosianos, mi compromiso por la defensa incondicional de la libertad individual y la libertad colectiva para nuestra Patria Puertorriqueña.
Hoy, casi cincuenta años más tarde, puedo dar fe de que esa semilla sigue viva en:
- mi fervor por la historia, que continúo estudiando y continuamente inserto en las charlas, conferencias y cursos que dicto;
- mi respeto por la naturaleza y mi dedicación a las ciencias sociales y naturales que convertí en mis ocupaciones profesionales (las leyes y la informática);
- mi deleite en las artes como observadora, coleccionista, y de vez en cuando ejecutora, al aporrear el acordeón en defecto de un piano; así como por la defensa de la cultura puertorriqueña;
- mi disfrute del deporte, que no practico, pero sigo continuamente como fanática de los equipos y deportistas nacionales;
- mi pasión por la lectura que practico contínuamente, tanto por placer, como por considerarlo el medio primario de enriquecimiento profesional, y vehículo insustituíble (ya que el Web es sólo un complemento) para explorar todas esas nuevas y viejas ideas que espero tener el tiempo para conocer;
- mi compromiso con la Patria, que intento cumplir al dedicarme desde hace ya más de treinta años a la honrosa tarea de contribuir a educar las nuevas generaciones de profesionales en Puerto Rico.
Definitivamente la Dra. Isabel Freire de Matos, Isabelita, como cariñosamente sus discípulos le llamábamos, fue una de esas personas que al interactuar con mi vida dejó una profunda huella. Aparte de ayudar a transformar al adulto enano, que todavía sigue dentro de mí cuando disfruta de un atardecer en la playa o al compartir con otros adultos enanos del Colegio Hostos, en una puertorriqueña que busca la verdad, la paz y la justicia social; sin yo saberlo, también, me educó y convirtió en seguidora de los postulados Hostosianos que hoy predico en mis cursos.
Por todas esas experiencias e inquietudes, Isabelita, te estaré agradecida de por vida.
Sólo espero que esa semilla que en mí sembraste por la búsqueda del saber y por la lucha para alcanzar la justicia y libertad para nuestro pueblo, pueda continuar sembrándola en mis estudiantes, quienes no tuvieron el privilegio de haberte conocido, ni de haber volado contigo en las alas de la imaginación a tan diversos destinos. Así tal vez pueda contribuir a que germine esa semilla en muchos otros árboles para que se continúen perpetuando tu vida y tu obra indefinidamente.
¡Gracias Isabelita!
Tu discípula, Carmencita Cintrón
Catedrática
Universidad del Sagrado Corazón
1 de octubre de 2005
Isabel Freire de Matos
1915-2005