Capítulo II

 

El Problema de la Separatividad

 

 

Podríamos simbolizarlo de la siguiente manera. Una inmensa vasija de vidrio arrojada al suelo se descompone en una cantidad infinita de fragmentos. Cada uno de tales fragmentos ha adoptado una forma particular y debido a ella se siente solitario, impleno y separado... Ahora bien, en virtud de ciertas leyes universales de unidad espiritual, cada uno de tales fragmentos posee una memoria vaga y lejana aunque permanente de la totalidad de la vasija de la cual formaba parte. Si le asignamos el nombre de Dios a la inmensa vasija fragmentada y el de ser humano a cada uno de los fragmentos, tendremos una idea simbólica y aproximada del complejo sicológico del hombre, sea cual sea su raza, sus creencias o su condición social. La capacidad infinita del fragmento de reconstruirse dentro de la totalidad de la vasija dentro de la cual se hallaba contenido, toma el nombre místico de Sendero y el Sendero, abarcando la totalidad de lo creado, ha sido designado genéricamente como Ley de la Evolución.

 

Así, tal como es evidente, el ser humano es un ser solitario, aún cuando se halle inmerso en el seno de una numerosa comunidad social. Todos sus esfuerzos, a veces equivocados, tienden inexorablemente hacia la Divinidad de la Cual todos los hombres sin excepción son unos humildes aunque preciosos fragmentos. Otra de las razones lógicas del símbolo que estamos considerando es la de que todo ser humano, por insignificante y humilde que parezca, resulta imprescindible para que al final de cierto ciclo de Vida, la Totalidad de Dios pueda reflejarse en la vida humana realizando el Arquetipo de perfección del Cuarto Reino, el Centro de la evolución planetaria.

 

El problema infinito de la soledad humana, de la cual hablaremos extensamente en este libro, solo podrá ser resuelto teniendo en cuenta la relación inquebrantable que existe entre la Realidad, Dios, y la cantidad increíble de fragmentos que constituyen las distintas humanidades del Sistema. Tales relaciones, una vez el ser humano ha llegado a cierto grado de integración espiritual, deben ser conscientes y reflejar en toda su pureza la majestad de la Fuente de la Vida de la cual procede. Se trata de unas relaciones directas y sin intermediarios, estos intermediarios que interponen a veces su autoridad entre el hombre y Su Creador, configurando los ideales, las creencias, las religiones y todos los sistemas de entrenamiento espiritual basados en las antiguas tradiciones o en conceptos dogmáticos acerca de la Verdad... Hablamos muy específicamente del hombre que por haber llegado a cierto definido grado de integración espiritual, se ha hecho asequible a las profundas motivaciones divinas que surgen de lo más hondo de su ser. En los demás casos debería ser discutida abiertamente y con toda sinceridad cual es el mejor de los sistemas de entrenamiento intelectual, moral o religioso que corresponde a cada uno de los seres humanos.

 

Aceptando como válida y aún necesaria la presencia de "intermediarios" entre el hombre y Dios, cabría preguntarse entonces si tales intermediarios cumplen con los adecuados requisitos de convencerle de la verdad de Dios, pero sin atarle a concepto alguno de carácter separativo e inhumano, tal como la imposición de ciertos dogmas o de ideales cerrados, mezquinos o faltos de grandeza espiritual. Pues, tal como evidencian los hechos y tal como puede ser comprobado a través de las luchas religiosas de todos los tiempos, cada religión, ideal, creencia o sistema de contacto divino, recaba para sí el privilegio de la Verdad divina aislándose así, por grande que sea el número de sus fieles y creyentes, de la comunidad social planetaria de la que forma parte y alejándose progresivamente de las inmaculadas Fuentes de la Vida espiritual.

 

Bien, todas estas cosas son sabidas por el inteligente observador de los hechos históricos que se han producido en el mundo a través del tiempo, pero es necesario advertir que aún los llamados "esoteristas" están pecando sutilmente del mismo mal y constituyen, sin saberlo, comunidades aparte, solitarias o aisladas, dentro del ambiente social en que viven inmersos. El asunto en si es muy delicado y toda persona inteligente debería tratar de comprenderlo en extensión y profundidad, es decir, en forma total y completa. No cabe evidentemente en el desarrollo de la acción social correcta, pretensiones tales como esta: "... somos depositarios únicos de la Verdad tal como puede comprobarse por el estudio y significación de nuestros libros sagrados". Pero, en definitiva, ¿qué es un libro sagrado? Quizás sea el fruto de una revelación espiritual recibida hace muchos miles de años, pero cuyas motivaciones más intimas pertenecen todavía a aquellas lejanas edades debido a que el ser humano, por docto e inteligente que sea, ha perdido su íntima y maravillosa capacidad de síntesis o de intuición y sólo parafrasea verdades intelectuales, la cáscara de significados eternos que jamás llegaron a ser adecuadamente interpretados. Repito... ¿Qué importancia tienen para el ser humano inteligente las interpretaciones más o menos ingeniosas de los especialistas religiosos? Una verdad es aparente y así es aceptada por el verdadero investigador espiritual. De ahí que si el individuo descubre la Verdad en su interior, deja automáticamente de prestar atención a los libros sagrados y a las palabras de aquellos que se dicen sus intérpretes. Hay que aceptar lógicamente pues que no hay verdaderos poseedores de la Verdad ni hombres realmente santos que pierdan el tiempo en descifrar el lenguaje a menudo simbólico de las Escrituras. Ellos se han convertido en la propia Escritura y en el Verbo de la Revelación. Su misión es reflejar la luz recibida de la manera más conveniente y asequible a las gentes, demostrando una radiación espiritual y una sabiduría viviente que había perdido su fragancia al pasar por las interpretaciones dogmáticas de los textos contenidos en los libros sagrados en cualquier religión organizada del mundo. Hay que aceptar noble y sinceramente que quien posea la Verdad la expondrá naturalmente y sin reservas en cada una de sus vivencias cotidianas y que sólo aquel que no la posea deberá refugiarse constantemente en los textos de las Escrituras con el peligro que supone el interpretarlos inadecuadamente.