Capítulo I

 

Consideraciones Preliminares

 

 

Cuando se trata de hablar de Dios y de las íntimas motivaciones espirituales del ser humano, hay que recurrir siempre a los símbolos y a las alegorías a fin de que las ideas del macrocosmos y del microcosmos aparezcan lo más claramente posible a la mente del observador. Aún cuando son muchos los tratados místicos, bíblicos y esotéricos que aseguran que "el hombre es hecho a imagen del Creador", la observación de las actividades humanas a través de la historia parece desdecir por completo aquella afirmación y son negadas casi radicalmente por los seres humanos corrientes las intimas vinculaciones de la criatura humana con el divino Ser, Creador del Universo. Las razones son evidentemente lógicas y no existe ser humano en el mundo, a menos que haya alcanzado una evolución espiritual lo suficientemente elevada, que no se sienta desdichadamente solitario, pese a vivir en el seno de una gran comunidad social llena de estímulos variados y de motivaciones sicológicas. El problema del ser humano podría ser descrito con una sola palabra: "Soledad", una soledad o un sentido de aislamiento tanto más pronunciado cuanto más trepidante sea el dinamismo impuesto a la sociedad humana por efecto de los grandes avances técnicos y de los magníficos descubrimientos científicos.

 

Como es evidente para el ser humano de cierto grado de evolución espiritual, en el ambiente social del mundo existe un gran sentimiento de frustración, de desilusión y de profundo desencanto. Las Iglesias del mundo, sea cual sea particular y típica presentación de la Verdad divina y por elevados y trascendentes que hayan sido los Guías espirituales que las inspiraron en el pasado, han fracasado totalmente en su intento de evocar AMOR de los corazones de sus fieles y creyentes. Fracasaron también los sistemas políticos, económicos y sociológicos en su intento de crear óptimas situaciones sociales. La verdad de estos razonamientos está libre de comentarios contraproducentes. Hoy día, rebasado el ultimó cuarto de siglo XX, el mundo se debate en idénticos problemas, crisis, tensiones y antagonismos que imperaron en el devenir de las razas precedentes o en otras épocas de la historia planetaria. Hay todavía, como entonces, guerras, enfermedades, hambre y calamidades por doquier. Los descubrimientos científicos y el desproporcionado avance de la técnica no han evocado un eco similar dentro de los corazones humanos. Existe un desequilibrio general y todavía el odio, la crueldad y el íntimo sentimiento separativo corroe las entrañas de la Raza. Así, en tales condiciones, puede aparecer como un contrasentido el tratar de confeccionar un código de valores humanos basados en la fraternidad, el orden y la justicia. Sin embargo, tal es la tarea eterna que ha de emprender el ser humano que ha logrado contactar ciertas áreas de poder espiritual y darse cuenta de que todos los demás seres humanos están debidamente impuestos de idénticos valores y principios y que, por tanto, también pueden y deben esforzarse por establecer contacto con aquel centro de paz inalterable, dentro del corazón, en donde no existen tensiones, conflictos ni miedo...